por Lic. Ana María Passano
Existe en los últimos años una práctica, que en sus inicios estaba únicamente circunscripta al mundo de los adultos -más específicamente a ciertos eventos, como por ejemplo un casamiento- que los adultos hemos hecho extensiva a los niños. Cada vez es más frecuente que para los cumpleaños infantiles el cumpleañero acuda a un determinado negocio en donde elige un objeto (o varios) y los invitados (otros niños) acompañados, en el mejor de los casos, por un mayor, entregan una cierta cantidad de dinero a modo de “colecta”. De ese modo se reúne el dinero para que el agasajado obtenga el objeto anhelado, que luego del evento retira del negocio en cuestión. Debemos advertir que este hábito no fue idea de ningún niño.
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Si un niño elige previamente “su” regalo, entonces ya no hay regalo. Estamos, simplemente, ante un objeto que se adquiere de un modo conveniente. Claro, hasta acá podríamos decir: “Pero si al niño le gustaba, le atraía poseerlo, lo eligió… ¿Cuál es el problema?”. Efectivamente, todo eso es cierto, pero ¿qué se transmite a un niño con este modo tan particular de regalar? Llegados a este punto es necesario considerar también a ese que regala.
En la niñez el cumpleaños es un evento de importancia, tenemos una coyuntura propicia para transmitir, enseñar, dar a conocer. Regalar es una acción de dar algo singular, significa pensar, escoger, considerar al otro. El que recibe espera con curiosidad y con alegría ese momento de quitar el envoltorio de aquello que se le ofrece. El que da tiene expectativas, busca agradar con aquello que entrega. El cariño, la amistad y la emoción que se pone en juego en este acto simbólico es muy importante para la vida.
Un regalo evoca un rostro, una persona, una situación, un afecto. Sin embargo, estos nuevos modos de regalar están vaciados de sentido. Entonces ¿qué le estamos transmitiendo a nuestros niños? Me refiero específicamente a la desnaturalización del acto de regalar. ¿Quién no recuerda en su edad adulta ese tiempo de infancia, ese tiempo de cumpleaños en que llegaban los amiguitos con los regalos? Incluso algún gesto de pena de alguno que llegaba con “las manos vacías”.
Hay un ingrediente más, una idea subyacente a la experiencia en cuestión: hacer más “eficiente” el evento del cumpleaños. Esta idea también es promovida por nosotros, los adultos. Suponer que tantos pequeños regalos como niños se han invitado es algo así como “acumular objetos inútiles”. Esto jamás lo pensaría un niño. Porque hay una variable que afortunadamente en la niñez no consideramos: la relación costo- beneficio.
Sin advertirlo, esta moda - apta y absolutamente válida en el mundo de los adultos- cuando es aplicada en la infancia nos impide enseñar algo más del afecto, de la amistad, del sentido de regalar. Además, y quizás lo más nocivo, le arrebata al niño la posibilidad de ser niño, proponiéndole algo que aún no está siquiera en su horizonte.
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